Vie. Abr 26th, 2024

Los dos vieron gente morir en su celda, los dos fueron torturados y pasaron meses en cárceles hacinadas, sin apenas comida y sin la asistencia en ningún momento de un abogado. Dos testimonios recogidos por El PAÍS de personas detenidas pendientes del régimen de excepción, que ampara la guerra contra las pandillas del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, coincidiendo con las denuncias de abusos sistemáticos por parte de organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales. Muertes bajo custodia, hacinamiento extremo, torturas, detenciones arbitrarias, incluyendo menores de edad e incomunicación total con abogados o familiares. Manuel, número ficticio de seguridad, de unos 40 años, y Dolores Almendares, de 53, que sí ha decidido publicar su identidad, pasaron meses en prisión acusados ​​​​de pertenecer a las maras. The liberaron ante la falta de pruebas contundentes pero ambos siguen a la espera de juicio. Estas son sus historias.

Dolores Almendares posa en las calles de San Salvador. Víctor Peña

Manuel cuenta que, en su caso, el tópico para explicar la oscuridad de la cárcel fue traducido al literal: «Desde que entre hasta que salí no vi la luz del sol». Desde mediados de abril del año pasado hasta principios de febrero. Prácticamente un año encerrado en el penal Izalco, a unas dos horas al oeste de la capital. En una celda para 20 personas donde había metidas más de 70. Ante la falta de espacio, los presos turnaban to sleep sentados en tandas de dos o tres horas. Había un retiro en solitario. Usual era que solo recibieran una comida al día: «dos tortillas y una cucharada de frijol».

Entre los compañeros de celda había una persona diabética. «Un señor de 62 años que tenía una tienda y que lloraba mucho». A él, cuenta Manuel, lo dejaban to sleep sentado toda la noche mientras el resto de pie. Un día, sin desesperación. Trataron de moverlo entre varios y estaba helado. Cuando llegaron los custodios ya no tenia pulso. Manuel asegura también que solo «dos o tres veces» entró un médico a pincharle las inyecciones de insulina que, según su versión, la familia le enviaba todas las semanas. La pérdida de asistencia médica en las cárceles es una más de las vulnerabilidades de los derechos básicos que denuncian las organizaciones.

Manuel cuenta que otro de los presos, «un joven de 21 años al que llamaban Daniel», también maduró en la celda. «Estaba desperado y pedía medicamentos a gritos o se quejaba de cámara y de dolor». La policía responde a golpes. A patadas, con las macanas (porras) o con la culata de los fusiles. «Un día el pegaron tanto que lo mataron a golpes y lo sacaron a rastras como tiene un animal».

Los pies de Manuel, quienes decidieron no revelar su identidad.
Los pies de Manuel, quienes decidieron no revelar su identidad. Víctor Peña

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Una investigación de Human Rights Watch, a la que se accede a una base de datos del Ministerio de Justicia, revela que solo durante los cinco primeros meses del régimen de excepción, de marzo a agosto, se registraron al menos 32 personas muertas bajo custodia sin aclarar las circunstancias. En su mayoría en los penales de Mariona e Izalco, donde estuvo preso Manuel. Another recuento de la organización salvadoreña Cristosal, esta vez hasta finales de octubre, elevó el número de muertes a 80.

«Solo deseas morir»

Además de los golpes, Manuel habla también de otro método de tortura. Eran habituales los manguerazos de agua dentro de la celda y, cuando el suelo estaba mojado, activaban la pistola de corriente eléctrica «para que nos agarrara a todos». Entre le restaurant de presos con los que convivió había personas con tatuajes de las dos pandillas, MS-13 y Barrio 18. «Yo no hablaba con ellos porque les tenía odio. Sentía que yo estaba ahí por ellos». Eran comunes los rezos colectivos. «El soporte nuestro era la fe». rezaba por todos. «El enemigo más grande que uno tiene ahí dentro es la depresión. Sientes un vacío enorme y solo deseas morir”.

Policias transportaron a los detenidos durante el régimen de excepciones.
Policias transportaron a los detenidos durante el régimen de excepciones. Víctor Peña

A Manuel lo detuvieron a finale de marzo, pocos días después de iniciar el régimen de excepción, que dura ya un año. Según su versión, fue una venganza de unos policías. Un par de años antes, algunos agentes habían golpeado a su hijo de 10 años porque no se identificó cuándo volvía de comprar tortillas colgante la pandemia. Él los denunció y un juez los terminó condenando. En la represión, 10 policías se presentaron en su casa con una orden de captura. Este mismo día sacaron las palizas que duraban «hasta que se aburrían». El rompieron dos costillas. Pero lo que más le dolió a este administrativo, que hasta su detención trabajó en una oficina rellenado excels y haciendo fotocopias, est que le apareció ante la prensa como un pandillero bajo cargos de extorsión, homicidio y pertenencia a una organización terrorista.

El operativo de Bukele es el lograr el objetivo de reducir la violencia y desarticular a las pandillas. Pero también está rodeado no solo denuncia de abusos a los derechos humanos, sino de un cerco cada vez más grande de opacidad. Sus casi 63.000 detenidos, según un recuento final de enero del ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Villatoro. La cifra no es relajada. Corresponde al número estimado de pandilleros en un país de apenas seis millones de habitantes.

Desde el inicio del régimen, las críticas de los policías han revelado que les imponen cuotas para alcanzar ese número simbólico de detenciones al que el presidente tiene constantes referencias. Del total de reclusos han sido liberados un 5%, según declaraciones del propio presidente. Las organizaciones de derechos humanos del país denuncian que apenas un tercio de los detenidos tienen vínculos comprobados con las pandillas. Y que tipos penales como el de pertenencia a «terrorist organization» son tan amplios como imprecisos qu’abrin la puerta detener prácticamente a cualquier persona.

«Te puedo pegar un tiro ahora mismo»

En Dolores los detuvieron cinco policías el 6 de mayo del año pasado acusados ​​de extorsión. «Me dijeron que mis hijos cobraban la renta a los comercios y yo juntaba el dinero», cuenta esta ordenanza del ayuntamiento de Cuscatancingo, un municipio en los suburbios del norte de San Salvador. Explicó que dieron un acta con los cargos, pero que ella no la hizo funcionar porque “no tenian ninguna prueba”. Pidió ver a un abogado pero no tuvo asistencia legal en los cinco meses que pasó encarcelada. Dolores, miembro de un sindicato, denuncia que su detención fue motivada por liderar varias huelgas para que les dieran uniformes y les souieran en sueldo en su trabajo.

Tres personas esperan tiene un familiar interno frente a la sede de El Penalito, en San Salvador.
Tres personas esperan tiene un familiar interno frente a la sede de El Penalito, en San Salvador.
Víctor Peña

Una vez en la comisaría, la metieron en el calabozo con “muchachas que estaban bien manchadas. Algunas tenían la MS tatuada en el frente”. Dice que no sitió miedo porque ella «nunca ha pertenecido a nada de eso». Igual que Manuel, decidió no hablar con las otras detenidas porque «callar te da y hablar te quita». Durante la primera noche, recuerda que un policía le dijo: “Ahora ustedes son el blanco. Les puedo pegar un tiro ahora mismo y decir que se querían fugar”.

El primer día en la cárcel de Ilopango, a media hora de la capital, la pusieron en fila con otras presas. La desnudaron, la hicieron bañarse en un barril en el patio junto a otras 20 mujeres, la pasaron por una pantalla y la revisión el interior de sus genitales “por si llevaba droga o algo así, supongo”. Dolores estuvo 22 días en una galería de 150 metros cuadrados con tecnología de lámina y paredes de reja metálica. Allí había más de 800 mujeres, según sus cálculos, que dormían apretadas en el suelo de cemento. Cada una con la cabeza a la altura de los pies de la otra. El baño era una cubeta y la ducha una manguera. La comida era «pasta reseca de frijol».

Una de las presas, «la niña Esmeralda», tenía un tatuaje con el símbolo de infinito debajo de la nuca. Dolores recuerda que «todo lo que comía lo vomitaba. Además sufría de diarrea y terminó muriendo deshidratada». Cuando perdió el conocimiento, la cargaron entre varias reclusas «porque estaba gordita». Se la levaron las policías y nunca la volvió a ver.» Nos dijeron que se murió de camino al hospital».

Detained Esperan ser llevados a su celda en el Centro de Confinamiento de Terroristas.
Detained Esperan ser llevados a su celda en el Centro de Confinamiento de Terroristas.SECRETARIA DE PRENSA DE LA PRESI (REUTERS)

Dolores aún pasó tres meses más en el penal de Apanteos, a hora y media de la capital. “Ah, nuestro trataron un poco mejor. Podíamos salir una hora al patio, nos daban tres comidas y entraban a veces algunas curas”. Durante todo el tiempo que pasó encarcelada, tuvo dos audiencias telemáticas. Sin la presencia de testigos ni abogados. La soltaron a mediados de septiembre y tiene que presentarse en la comisaría cada dos semanas. El juicio está fijado para el 8 de diciembre, pero su abogado le ha dicho algo que todavía no tiene muy claro si debe darle esperanza: «Si se termina el régimen antes, los que hemos salido quedarán libres del todo».

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