Sáb. May 18th, 2024

Rocco Siffredi (Ortona, Italia, 59 años) exhibe una absoluta falta de pudor, una enorme confianza en sí mismo, que parece directamente conectada con su entrepierna, y también ese cansancio que se suele dibujar en los rostros de quienes han desempeñado oficios duros y agotadores. Después de todo, en mayo cumplirá 60 años. “Creí que nunca llegarían, pero aquí están. Estoy tranquilo. Mi sexualidad sigue en orden, pero ya no está fuera de control”, decía en febrero durante un encuentro con periodistas internacionales en la Berlinale, donde se estrenó Supersex, la serie inspirada en su vida que llegará este miércoles a Netflix. Lo celebrará con un viaje familiar al Congo para visitar a su animal favorito, el gorila (¡!), un regalo de su mujer, Rozsa Tassi, actriz porno y antigua miss Hungría, con la que lleva 30 años casado.

La serie es una ficción, aunque “el 98%” sea real, afirma Siffredi. “El 2% restante quedó fuera para proteger a mi familia”. Todo empieza en su localidad natal, Ortona, una pequeña ciudad costera de los Abruzos conocida durante la II Guerra Mundial como “el pequeño Stalingrado”: fue arrasada porque por ella pasaba la famosa línea Gustav que delinearon las fortificaciones nazis. Supersex relata cómo ese hijo de carpintero que pudo acabar de seminarista, como deseaba su madre —descrita como una mater dolorosa a la que este mammone, como llaman en Italia a los hijos de mamá, estuvo especialmente apegado—, terminó triunfando en París, olimpo del porno de los ochenta, y después en la industria de Hollywood. El título responde al nombre de su superhéroe favorito, protagonista de una fotonovela erótica a la que fue adicto durante su juventud: “La descubrí a los 11 o 12 años y quise ser como él. Yo nací para esto”.

El actor italiano Alessandro Borghi, en el papel de Siffredi, en la serie ‘Supersex’.Lucia Iuorio / Netflix

Se considera que Siffredi cambió para siempre esta disciplina. Fue el maestro del porno gonzo y normalizó el sexo duro en pantalla, pero también psicologizó a sus personajes, que ya no eran solo falos con patas, lo que llevó a Catherine Breillat a ficharlo como protagonista de dos de sus películas. “En sus películas pone toda su alma, se nota”, afirmó la directora francesa. Siffredi aceptó enseguida, dijo, para entender qué se sentía al ser considerado un actor serio. “Supersex quiere reflejar el coste de elegir esta vida, que no es tan fácil, aunque la gente se quede con la parte divertida”, responde Siffredi, que parece cargar consigo la duda de saber qué hubiera sido de él si su pene hubiera medido unos centímetros menos de largo o de ancho. En realidad, nadie sabe a ciencia cierta sus medidas. Su propietario ha dado, según la entrevista, cifras que oscilan entre los 23 y los 26 centímetros. El misterio, decía Buñuel, es el elemento clave en toda obra de arte.

Es un signo de los tiempos: Netflix ha tenido la audacia de vender la serie como un proyecto casi feminista. La creadora de Supersex es una mujer, Francesca Manieri, conocida hasta ahora como guionista de L’immensità, con Penélope Cruz, o de la serie We Are Who We Are, de Luca Guadagnino. “La misión era inspeccionar la masculinidad y observar el nivel de toxicidad en las relaciones entre hombres y mujeres, y la posibilidad de un nuevo encuentro entre ambos en este momento histórico”, dice Manieri, sentada junto a su objeto de estudio y al actor que lo interpreta, Alessandro Borghi, con quien guarda un parecido poco razonable. El propio Siffredi dijo en 2016 que el candidato perfecto era Michael Fassbender (para más señas, ahí está su película Shame).

“Me han descrito a menudo como un actor que recurría al sexo violento, pero nunca he tenido la sensación de abusar de nadie. Siempre he trabajado con la colaboración de todas”

La serie es un voluntarioso cruce de neorrealismo soft —la Italia miserable de la posguerra, la prostituta de buen corazón, el hermano violento— y el imaginario trash de Paolo Sorrentino, que se esfuerza, como indica Manieri, en deconstruir la masculinidad de Siffredi. ¿Se habrá deconstruido también el interesado? ¿Tiene la sensación de haber maltratado a las mujeres en algún momento? “No creo haberlas tratado mal. Tal vez las entiendo mejor, pero nunca he tenido la sensación de estar haciendo algo malo”, responde. “Me han descrito a menudo como un performer violento, como un actor que recurría al sexo violento. Pero eso nunca ha sido un problema: siempre lo he hecho con personas que estaban de acuerdo. Nunca he tenido la sensación de abusar de nadie. Siempre he trabajado con la colaboración con los demás”. Considera que esa habrá sido su principal innovación en el género pornográfico: haber conferido una subjetividad a las mujeres. “Lo curioso es que, en el porno, las mujeres se han vuelto como los hombres. En el porno actual, las más fuertes son ellas y no los hombres”, asegura.

Rocco Siffredi, con las actrices Jade Laroche, Tarra White y Anna Polina, en el Festival de Cannes de 2011.Toni Anne Barson (WireImage)

Cuando le preguntan por qué se dedicó al porno, siempre responde que fue para tener sexo “con tantas mujeres como pudiera”. Pero existe un segundo factor. “Quise vivir mi vida como un ser libre”, sostiene. Le gustaría que ese fuera su legado: que su corpus —atención a la polisemia— se entendiera como un canto a la libertad, que él entiende como sinónimo de libertinaje. “El mundo se vuelve cada vez más estricto. Perdemos la libertad que habíamos conquistado”, opina. “Y, a la vez, me escriben admiradores de todo el mundo, de Irán, del mundo árabe, de África, que quieren ser estrellas del porno. Persiguen la libertad de ser y hacer lo que te hace feliz. Esa es la razón por la que amo mi trabajo”.

El actor ha erigido un pequeño imperio en Budapest, donde reside con su mujer y sus dos hijos, y donde dirige su productora y también la Siffredi Hard Academy, una especie de universidad del porno que forma a las estrellas del futuro sirviéndose de las dilatadas enseñanzas que proporciona una filmografía de unos 1.700 títulos. Aunque asegura que él, a diferencia de otros actores, nunca revisita su trabajo. “Nunca me he masturbado con una película mía. Es imposible, no lo consigo. Puedo ver las partes con diálogos y encontrarlas divertidas, pero nada más. Sería demasiado”. En los primeros capítulos, Supersex habla de las dificultades que tuvo para conjugar el amor y el sexo; de joven, solía verlos como cosas antagónicas. Con los años, ha cambiado de opinión. “El sexo con amor, con sentimientos, es lo mejor. Es algo insuperable”, asegura. “Pero también soy capaz de hacerlo sin amor”. A los hechos se remite.

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