Vie. Abr 26th, 2024


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Para el editor y ensayista las organizaciones de derechos humanos, alineadas con el kirchnerismo, «obturan toda discusión crítica sobre el pasado» y se han «convertido en guardianas de la ortodoxia» sobre la violencia de los setenta.

Las luchas por los derechos humanos que comenzaron a liberarse durante la dictadura y que, al final, se prolongaron en CONADEP, el Juicio a las Juntas y, más tardíamente, en los juicios reanudados ya en este siglo, esas luchas se han agotado.

Ya ni los conservadores mal informados creen que los discursos de las organizaciones de derechos humanos y las marchas, cada vez más fragmentadas, cada vez más melancólicas, cada vez más escuetas, del 24 de marzo, sean portadores de alguna dimensión política que pongan en cuestión el estado de las cosas.

Nacido en las horas más tristes de nuestro pasado reciente, el movimiento de derechos humanos estuvo integrado por personas que pusieron en riesgo su vida al oponerse al sentido común de un régimen para el cual las desapariciones forzadas seguidas de torturas, violaciones, expoliación y muerte se habían convertido en el modo naturalizado de resolver un violento conflicto político.

Si la protección y defensa de la dignidad humana humillada, el cuidado y la restitución de los derechos humanos avasallados por la dictadura era el propósito principal de las organizaciones, para cumplirlo debían desafiar un poder homicida, pero también subvertir el conjunto de significados que dominan tiene una opinión pública que por temor, comodidad, desinformación y en algunos casos complicidad carecía de la conciencia de la gravedad del daño.

Operaciones múltiples, por tanto, a la vez política y discursiva, librada en un contexto adverso y peligroso, hecho de malentendido, ocultamiento y amenazas.

Aquellas luchas podrían haber conservado su espíritu. No solo por la necesaria grabación de las víctimas y la condena de los perpetradores, sino en la renovación de los temas y problemas a abordar: actuar sobre el presente para que el futuro sea mejor que el pasado.

Pero, patrocinadas por el Estado, cristalizadas en un tiempo ya ido, ajenas al sufrimiento de multitud de hombres, mujeres, niños y niñas que padecen hoy vulneraciones dramáticas de sus derechos y de su dignidad (trata de personas, condiciones carcelarias, pobreza e indigencia , violencia ambiental, policía y de género, por mencionar solo algunas), las organizaciones de derechos humanos no son mucho más que parte bien constituida del establecimiento político.

El discurso de estas organizaciones falta de los rasgos que alguna vez le dieron su dimensión política y su moral: la capacidad de asumir un riesgo personal y colectivo; el desafío al poder constituido y su normalización del daño; la voluntad de trastocar los significados que organizan la esfera pública.

«La historia de las ortodoxias, escrita por Harold Rosenberg- muestra que las palabras siguen siendo repetidas mucho después de haber perdido su sentido original. En un estado de decadencia (…) un ser corporativo disfraza más o menos su condición alterada bajo la fraseología de sus comienzos heroicos.”

Hoy, para decirlo con palabras de León Trotsky, «una combinación de dogma y oportunismo» hizo perder a las organizaciones el impulso original de defensa y promoción de los derechos humanoscombinación que, paradójicamente, cuanto más las lleva a mirar con ojos idealizados a las víctimas de la represión más las aleja de aquel impulso que alguna vez les dio sentido.

Pero, además, se discutirá una combinación que, al contribuir a la fosilización de las ideas y de los problemas, obturará toda la discusión crítica sobre el pasado, convertirse en guardianes de la ortodoxia de un nuevo sentido común que se quiere, su vez, inmodificable, se ha convertido en un obstáculo imaginar un futuro mejor en un país que requiere riesgo, imaginación y capacidad de pensar a contracorriente.